Aquí estoy, Señor
La vocación aparece como una realidad central de la vida humana. La verdad del hombre consiste, en última instancia, en realizar el ser para el que Dios lo ha creado. Dicho aún más rotundamente, la persona humana se define por la llamada.
La vida humana tiene sentido en virtud de la llamada. El hombre le da sentido a su vida en la medida en que acoge y plasma en las obras las llamadas que Dios le dirige y, a través de ellas, la llamada en la que todas las llamadas confluyen y de la que dependen.
Dios nos llama para darnos a conocer su designio salvador y así manifestarnos el sentido y la razón de nuestra existencia. El hombre viene a ser de este modo la síntesis de una vocación y de una respuesta.
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Un Dios que Perdona
El perdón es esencialmente divino. Propiamente, sólo Dios perdona. Jesús nos dice que no vino a llamar a los justos sino a los pecadores. ¿Qué debe hacer, quien, en los años de juventud, cuando se abre a la experiencia de vida, a la realidad del mal y de la culpa, para obtener el perdón?
Tomar conciencia seria del pecado y, al mismo tiempo, saber que a Dios le preocupa de corazón nuestra realidad. Por el perdon de Dios ya no soy pecador delante de la Verdad, que es Dios mismo; ya no soy más culpable ante la responsabilidad de mi conciencia. Y eso es lo que queremos. Y eso puede ser porque es el mensaje de Cristo la certeza de esa posibilidad. Es Dios quien nos revela esto y Quien de ese modo se revela.
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